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La carbonilla en los motores tiene unos efectos similares para la mecánica a los del colesterol y las grasas en nuestro organismo. Los conductos internos se obstruyen y esto hace que aumenten el consumo, las emisiones y los desgastes, a la vez que perdemos rendimiento y prestaciones.
Esta suciedad, que generan los motores y que se adhiere a sus “venas”, se produce por los residuos de la combustión (tanto porque ésta no es completa y los combustibles no son 100% puros como por la contaminación del aceite en la cámara de combustión) y por los sistemas de recirculación de gases, necesarios par superar las normas anti polución, cada vez más severas.
Esta costra de suciedad genera tres problemas:
Obstruye los conductos y reduce su sección, es como si tienes la nariz taponada y respiras mal.
Empeora la aerodinámica interna del motor. Dentro del motor tiene que moverse el aire y el combustible a determinadas velocidades. Los conductos de admisión son lisos, pero la carbonilla es rugosa y esto hace que el flujo de aire y de combustible se ralentice y se generen turbulencias.
Estropea la hermeticidad de las válvulas en la culata, al sedimentarse en su asiento pueden llegar a impedir que la válvula cierre completamente y perdamos compresión en el cilindro.
Por desgracia, todo esto sucede en partes del motor a las cuales no se tiene acceso, de modo que no se pueden limpiar con un trapo o un cepillo. Para poder eliminar esta carbonilla es necesario un tratamiento que meta en esas zonas inaccesibles algún producto que desincruste toda esa porquería, y aquí es donde están los diferentes métodos.